¿Todas tenemos un lugar que nos hace reiniciarnos? Un sector en el planeta que nos hace estabilizarnos, volver al origen, volver a sentir aromas y a disfrutar de texturas. Volver a disfrutar de cosas simples, con lo cotidiano de tener a nuestra pareja y a mis hijos a mi lado. Un lugar que nos llena de vida y nos entrega tranquilidad. Un lugar al cual recurrir cada vez que sentimos que nos escapamos del centro, cada vez que nos damos cuenta que hemos dejado de lado lo importante por lo urgente.
No sé si todas lo tenemos… Solo sé que yo lo tengo.
Mi lugar en el planeta es Maitencillo. Desde que tengo 15 años disfruto de su olor maravilloso, de la suavidad de su arena y de la fría temperatura del mar. Cada rincón de este balneario me evoca los más bellos y reconfortantes momentos.
Con mi marido nos conocimos, reconocimos y conquistamos en este mágico lugar. Desde ese día, nunca hemos dejado de ir. Todos los años, aunque sea por el día, llegamos a este lugar y volvemos a ser nosotros.
Es cosa de llegar y comenzar a revivir tantos maravillosos momentos: paseos descalzos por la playa, tardes enteras bajo el sol, castillos de arena, clases de surf, paseos por la feria, comidas en distintos lugares, conversaciones eternas y sin apuro. Para nuestros hijos es su segundo hogar, caminan por la calle como si fueran los dueños de casa, saben donde ir, qué comer y qué comprar en cada rincón.
Pero más allá que solo recuerdos, Maitencillo para nosotros es el punto de inicio. Es en este lugar en donde nos reconocemos, nos volvemos a observar, a escuchar, a vibrar con nuestra presencia. Lo bueno es que ambos sabemos el efecto que nos produce… cada vez que nos hemos visto enfrentados a grandes problemas terminamos aquí.
Es extraño que un lugar produzca este efecto. Ambos nos damos cuenta de que nuestro “switch” cambia. Ambos nos sentimos más y mejores en sus rincones.
Maitencillo, el lugar que nos enamoró y nos reenamora cada vez que estamos allá. El lugar que año a año nos ve crecer. El lugar que todos los veranos recibe feliz a nuestros hijos: primero una pequeña niña, hoy un batallón completo de pequeños que desordenan su arena.
Somos realmente felices en este lugar, nos sentimos únicos e importantes. Somos capaces de desconectarnos… somos capaces de volver a ser lo que fuimos: dos jóvenes sin más apuro que la luz del sol, sin más pertenencias que una toalla y un traje de baño y sin más responsabilidades que nosotros mismos.