Crecí en un entorno privilegiado, en las laderas del Cerro Pochoco, en El Arrayán. Un lugar maravilloso, el campo a solo minutos del centro de Santiago. Crecí en un entorno libre y en paz, rodeado de árboles, con el río siempre silbando en mis oidos, con caballos caminando cerro abajo y misas celebradas al aire libre. Con vecinos que se saludaban y conocían hace mucho tiempo, con el verdulero, el panadero, el quiosquero, el cartero y el hombre que atendía el local que conocían mi nombre y que preguntaban por toda la familia antes de atender. Pasar la Plaza San Enrique era desconectarse y entrar a un lugar muy espacial, lleno de secretos y lugares que descubrir… y tuve la mejor compañía para hacerlo: mis hermanos y mis primos.
Tuvimos la suerte de crecer todos muy cerca, de estar a un par de parcelas de distancia y poder recurrir a cualquiera de nosotros por cualquier cosa. Vivimos hasta que nos fuimos de la casa de nuestros padres todos cerca, como una tribu y no tan solo hablo de cercanía física.
Pasamos interminables veranos en la piscina (a veces bastante insalubre) en la casa de nuestros abuelos, subimos el cerro los días de nieve junto al Tata y su infaltable petaca para el frío, disfrutamos de interminables aperitivos todos los domingo en la casa de nuestros abuelos. Tuvimos la suerte de vernos crecer en el día a día, de decir presente en cada cumpleaños (y cantar varias canciones muy típicas de nuestras celebraciones), de ir al jardin todos juntos y que nuestras madres y tías sanguíneas fueran nuestras tías del jardín, de vernos disfrazados de la Virgen y San José para celebrar la fiesta de fin de año, de jugar al volcán y a las casitas, a las guerras de crateus y a darle extrañas comidas al primo más extremo que se atrevía a comerlas. De compartir y llenar cada momento de nuestra infancia con increíbles historias y juegos, con lagartijas que servían de aros o ratitas que encontraba el tata.
Tuvimos la suerte de haber crecido y formado juntos, de haber entendido el verdadero concepto de familia y también el de amistad, el de compañía y de entrega, el de apoyo y de ayuda. Creo que todos estos conceptos, nuestros concepto de vida, que heredamos de nuestros abuelos y de nuestros padres es nuestro sello de familia y a la larga, nuestro sello personal. Creo que en lo más profundo, cada uno de estos 14 primos Silva tenemos la misma esencia.
Tengo la suerte de haber crecido junto a todos ellos. El tiempo nos hizo crecer y trasformarnos en adultos, nos casamos, fuimos padres, emprendimos nuestros propios destinos. Pero tenemos la suerte de haber creado lazos maravillosamente fuertes, tuvimos la suerte de casarnos con personas que entraron de inmediato en esta complicidad.
Tengo la suerte de poder decir “son mis amigos”, están en el tope de la lista de personas a las que recurrir para contarles una alegría o para pedir ayuda en el caso de tener un problema. Tengo la suerte de saber que algunos de los grandes amigos de mis hijos son los hijos de mis primos… que con ellos viven sus propias aventuras. Tengo la suerte de decir ¡Sigo presente en sus vida, tal como ustedes siguen presentes en la mía!