Muchas veces queremos que nuestros hijos se desarrollen de acuerdo a ciertos estándares de que la sociedad ha ido instaurando como “correctos”. Y dejamos de potenciar lo que ellos realmente quieren ser. Es en ese momento que debemos ser capaces de parar y preguntamos ¿Qué es lo que realmente queremos para nuestros hijos? Y la respuesta me parece sencilla: quiero que sean felices.
“Billy Elliot” una película sencillamente maravillosa, emotiva, con momentos de humor y que al final, no te avergüenzas ni un poco o de llorar. La trama es más o menos así: un niño que quería ser bailarín (de ballet) y que, por el contrario, su padre quiere que sea boxeador. Pero Billy toma clases a escondidas porque es eso lo que realmente quiere y lo que siente que lo va a hacer feliz.
Pero ¿cuál es la lección que hoy veo de esta película? Muchas veces nos preguntamos qué es lo que queremos para nuestros hijos. Que esperamos de su futuro. Que expectativas tenemos de ellos. Y así sucesivamente vamos construyendo un ideal nuestro. Pero que finalmente no es de ellos.
La otra vez me preguntaron que como veía yo a mi hija en 20 años más. ¡Uf! Fue lo primero que pensé. Por Dios si sólo tiene 8 años, porque debo visualizarla de 28. Pero pensé un momento. Y me acordé de todo lo que yo quise ser alguna vez en la vida: desde Profesora hasta una notable Pediatra. Y me acordé también de todas esas dudas que aparecieron en el camino: ¿será que podré ser Médico si me carga la Biología? ¿Será que tendré la paciencia de ser Profesora si exploto rápidamente? Y ahí me detuve y pensé un momento en lo que mi hija querría. ¿Cómo saberlo a tan corta edad? Y sólo respondí: la verdad es que la veo feliz. Feliz con lo que hace y feliz con sus decisiones.
Y ahí aparece Billy Elliot tratando de romper el estereotipo de que los hombres no pueden ser bailarines. De que tienen que ser lo que está correcto, que en su caso era boxear.
Les quiero dejar un diálogo de la película que copio textual del libro “Citas de Cine”, para poder graficar que cuando uno siente pasión por algo, hay que dejar que ésta fluya:
“Jurado: Billy, una última pregunta. ¿Qué sientes cuándo bailas?
Billy: …No lo sé. Se siente bien. Es estar paralizado, pero cuando comienzo…olvido todo. Es como desaparecer. Siento un cambio en todo mi cuerpo, como si tuviese fuego en el cuerpo. Estar ahí, volando, como un pájaro, como electricidad. Sí…, como electricidad.
No quiero una niñez…, quiero ser bailarín de ballet“.
Mi invitación hoy es a potenciar las virtudes de nuestros hijos. Es a acompañarlos en todo momento, alentarlos a realizar sus sueños. Porque eso es lo que son, los sueños de ellos, no los nuestros. Los nuestros deben ser la felicidad de ellos. Si con nosotros la cosa fue al revés y no nos dejaron realizarlos, es el momento de no cometer el mismo error.
Si es ballet, en el caso de un niño, ¿qué tiene de malo? Que lo haga, pero que sea el mejor bailarín. Que viaje por el mundo con su talento y que sea feliz. Y si es mujer, y quiere jugar fútbol, lo mismo. Lo importante es que se sientan seguros, confiados, amados y comprendidos. Potenciar sus talentos hace que se reafirmen en todo sentido.
No les cortemos las alas por nuestros prejuicios. Si miramos el futuro y queremos que simplemente nuestros hijos sean felices, entonces ayudémosles a potenciar ese futuro. Que sean libres de elegir, de encontrar su pasión.
Potenciemos sus talentos, amemos su personalidad y acompañemos cada momento de su vida. Al final, siempre se acordarán con alegría de cuando estaban partiendo y sus padres estuvieron a su lado. Como cuando recién aprendes a andar en bicicleta y miras para atrás y ves a tu papá o mamá (o los dos) corriendo cada vez más lejos, pero gritando de alegría.
Por Alejandra Poli G.