Escribo esta columna mirando hacia atrás y pensando que ya ha pasado un tiempo desde la primera operación de mi hijo. Algo sencillo, le sacaron las adenoides, pero a la vez el centro de nuestras preocupaciones, puesto que al fin y al cabo, toda intervención quirúrgica conlleva ciertos riesgos.
La verdad es que uno, como mamá, espera nunca tener que ver a sus hijos pasar ningún mal rato y menos sufrir por dolores que no podemos controlar.
Ese día estaba sentada a su lado, vigilando su sueño para que despiertes de la mejor manera de tu primera operación. Verlo indefenso (aún más de lo que es) me hace ratificar mi pensamiento de que nuestros niños son tan vulnerables, tan frágiles que daríamos nuestra vida por protegerlos de cada dolor o de cada molestia.
Confiarle la vida de tu hijo a un desconocido es muy heavy y saber que lo tienes que hacer si o si lo es aún más. No podemos evitar ciertas cosas que nos entrega la vida y tenemos que afrontarlas confiando que nuestra decisiones son lo mejor para ellos.
Agradezco que aún hayan doctores que sean empáticos, que entiendan que los padres estamos sufriendo, por mínima y sencilla que sea la intervención, pero nosotros no somos médicos y no tenemos como saber si es complicado o sencillo, por eso nos sentimos preocupados, agobiados y tristes.
Al momento de entrar a esa sala fría y poco acogedora que es un pabellón, al instante todos se sacaron la mascarilla y nos saludaron, intentado calmar mis emociones y la de mi hijo, que tenía carita de pánico porque no sabía que estaba sucediendo.
En ese mismo instante me di cuenta que el mundo necesita más Patch Adams y menos médicos fríos. Deben ser capaces de reír, de ser empáticos y de entregar tranquilidad con solo actitudes distintas y cercanas a sus pacientes.
Necesitamos doctores que sonrían, se muestren cercanos, se presenten, nos expliquen que va a pasar. No sólo para los niños, sino que también para nosotros los grandes. Todos necesitamos de una sonrisa acogedora que nos ayude a enfrentar situaciones difíciles. Y pucha que ayuda ver que tu doctor te entiende, te sonríe y consuela si lo necesitas.
Yo entiendo que a veces no quieren involucrarse mucho con los pacientes porque no siempre se puede curar o sanar un malestar. Pero una sonrisa y un gesto de empatía resulta fantástico momentos de inquietud, de pena y de confusión.
Nuestros hijos son lo más importante del mundo. No existe un amor más profundo, más intenso, más incondicional y más certero en esta vida. Y cuando los vemos enfermos, tristes o desvalidos nos sentimos de la misma manera, por eso es importante que nos entiendan, nos abracen y no cuestionen nuestras reacciones al momento de entregarlos a las manos de otros.
Hoy veo dormir mi príncipe azul y siento el corazón pleno porque tengo la fortuna de estar a su lado y de saber que lo estoy cuidando con mi vida. Doy gracias en cada momento porque todo salió bien y doy gracias también por el equipo médico que elegimos para este proceso, porque afortunadamente son más Patch Adams y sonríen en todo momento.