Muchas veces perdemos rápido la paciencia con nuestros padres. A medida que pasa el tiempo, los papeles se van invirtiendo y somos nosotros los que nos volvemos “papás de ellos” y en cierto grado, la paciencia y la tolerancia van quedando de lado.
La mayoría de las veces la sociedad en general, resalta la labor de la mamá, porque el consenso establecido dice que los padres deben ser el sustento de la familia, y por ende, salir a trabajar y pasar menos tiempo con sus hijos.
Detengamos nuestro loco mundo por un rato y conversemos con ellos. Nos daremos cuenta que en sus recuerdos, estamos presentes como si fuera ayer. De que para ellos, seguimos siendo esa pequeña princesa que llamaba su atención de cualquier manera y de que, aunque la vida pase, seguimos siendo niños a través de sus ojos.
Hoy quiero ocupar esta columna para decirle a mi papá cuanto lo amo. Para decirle lo importante que es en mi vida y lo fundamental que ha sido para ser hoy quién soy. Y por eso le doy gracias a Dios y a la vida. Por darme la fortuna de tener un papá presente, un papá jugado por sus hijos, un papá que nos ha acompañado y un papá que está siempre ahí cuando lo necesitamos.
Mi papá fue mi primer héroe. Ese hombre fuerte y grande que me defendía de todo y de todos. El que me abrazaba con fuerza para calmar mis miedos. Con el que teníamos una complicidad única. Ese hombre maravilloso que hacía todo lo que yo quería.
Pero la vida no está hecha de superhéroes, ni de princesas y menos de castillos mágicos donde el príncipe rescata a la princesa. A medida que vamos creciendo, nos vamos dando cuenta de que no todo es color de rosas, de que no todos hacen siempre lo correcto y de que todos cometen errores.
Mi papá es mi héroe a pesar de que no es perfecto. A pesar de que con el paso de los años he podido verlo como un humano con sus errores, fracasos y alegrías. He podido ver que no es invencible y lo he visto llorar y sufrir.
Estoy segura de que a través de sus ojos yo sigo siendo esa pequeña niña de 4 años que se acostaba en su cama a regalonear. O, esa de 8 años con la que iba a andar en pony. O tantas otras que de segura, está viva en su corazón y en su mente.
Hoy tengo 33 años y aún me siento la princesita de mi papá cuando voy a su casa. Aún siento esa complicidad del juego, del chiste y de la risa. Aún siento que ver una y mil veces esas películas cómicas (que a mi mamá le cargan) es un tremendo panorama y, finalmente, aún siento que es mi primer amor y sé que será para toda la vida.
Hoy mi invitación es a abrazar a sus papás con fuerza. A cerrar los ojos y pensar cuando éramos pequeñas. A regalarles tiempo y paciencia. La vida no pasa en vano. Ellos hoy están cansados y más viejos. Hoy ellos necesitan esa inyección de energía que entregan los hijos.
Hoy mi columna va dirigida a mi viejito con mucho amor. A ese papá maravilloso que la vida me regalo. Y a ese abuelo que hoy se ha convertido en parte fundamental y entretenida de la vida de mis hijos.