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Las flores de los almendros por @memecarranca

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Llega septiembre y mi cabeza de un día para otro se pone en programación primavera: todo es más colorido y alegre, los días son más largos y las calles se comienzan a llenar de árboles en flor.

Ciruelos y almendros con sus maravillosos aromas llenan todos los rincones. Es un olor tan particular, que me trae tantos recuerdos…  Tengo la suerte de haber llegado a vivir a un barrio que se inunda de esta magia de flores rosadas y blancas y el aroma… maravilloso, evocador y simple aromas de flores de primavera que me transporta a mi infancia.

Infancia en el cerro rodeada de naturaleza y simplicidad. Abro la ventana y entra el aire primaveral, cierro los ojos y me transporto a ese corto camino entre la casa de mis papás y la de mis abuelos. Tantas veces recorrí ese camino, acompañada de mis padres y hermanos, de mis primos y mucho tiempo después de mis hijos mayores.

Tantas veces caminamos esos 10 minutos entre ambas casas junto a mi mamá envueltas en esa magia , el olor de las flores. Recuerdo que desde que era muy pequeña mi mamá y yo sacábamos flores y se las llevábamos a mi abuela: aromos, dedales de oro, flores de ciruelo y almendro, flores simples, de campo que nunca dejamos de llevar. Era un verdadero rito bajar y recoger un par, en un comienzo solo para adornar la casa, después para que mi abuela, que ya no podía caminar sola, viera que la primavera comenzaba a llegar.

Alguna vez mi mamá me dijo “mira, las primeras flores del almendro… llevémoselas a la Mamina (mi abuela) para que vea que comienza a llegar la primavera”  Palabras simples en su momento, pero que hoy me llegan a emocionar.

Llegábamos a la casa de mis tatas, grande, bella, siempre llena de rosas, copihues e ibiscus, golpeábamos la puerta y desde el fondo escuchábamos un susurro “está abierto mijita”. Mi abuela siempre habló muy despacio, su voz era casi imperceptible, pero siempre logró que la escucháramos. Entrábamos y corriendo le entregábamos las flores que ella siempre recibió con una gran sonrisa en sus labios y nos acariciaba con sus manos pequeñas y siempre suaves. ¡Qué nostalgia!

Esos árboles siguen entregándonos sus flores todos los años, llenando mi casa de su maravilloso perfume, el camino entre ambas casas sigue estando ahí, pero ni yo ni mi madre estamos ahí para recorrerlo (pero no me cabe duda que hemos hecho incansablemente el mismo camino en nuestras mentes). Hoy no estás para entrar corriendo con esos pequeños regalos, para sentarnos en esa pequeña silla a ver la teleserie o el resumen del Festival de Viña, hoy ya no están los dulces y las galletas con las que nos esperabas. Pero estés donde estés Maminita querida, te cuento que los almendros están en flor… y que cada una de sus flores son para ti.

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