Siempre que escribo mi columna lo hago con un tono lúdico, la idea es contar experiencias y llevarlas a reflexionar sobre algún tema que está presente en nuestro día a día pero al que no le damos tanta importancia.
Hoy mis palabras no tienen nada de lúdicas. Hoy mis palabras tienen una carga de angustia, temor y rabia. Hoy mis palabras son hacia el hecho más macabro que he escuchado en mi vida.
A muchas de nosotras nos conmueve un perro maltratado, un gato arrojado al río, un niño al que sus padres le gritan, una mujer brutalmente golpeada por su pareja o una mujer que envía un sicario a matar a un familiar. Son hechos que existen y que pasan mucho más de lo que uno quisiera.
Esta vez la maldad humana superó todos esos límites, todos los límites imaginable y más. Pienso y pienso y no logro entender qué puede haber pasado en la cabeza de ese montón de descerebrados al quemar viva a una guagua de un par de días. No puedo entender qué clase de rito, droga o sustancia alucinógena puede llevar a una mujer y un hombre a lanzar premeditadamente a su propio hijo a las brasas ardiendo. No puedo entender en qué estado estaba esa madre, que hace menos de una semana se había desprendido de ese feto que solo quienes hemos tenido uno en nuestro vientre podemos entender cuan nuestro puede llegar a ser.
¡Se me paran los pelos de solo pensar! Una madre es tan cuidadosa con una guagua… los primeros meses ni siquiera dejamos que su piel tenga contacto con nuestra ropa para no rasguñarlo, velamos su sueño por semanas y meses si es necesario, lo asistimos ante un pequeño suspiro, lo cuidamos más que a nuestra propia vida… hasta un animal cuida a sus crías más que a ella misma, es capaz de morir de hambre por alimentar a sus hijos, es capaz de incinerarse por salvarlos de un incendio.
¡Dios mío, qué pensaba esa mujer! No logro entenderlo… No puedo entender que una madre vea a su propio hijo, sangre de su sangre, incinerarse frente a sus ojos. No puedo entender que una madre sea capaz de escuchar más de 5 minutos a su propio hijo llorar de dolor, quejarse con el quejido más profundo que podamos imaginar porque está convencida que esa criatura, que conoce como a nadie, que la acompañó durante 9 meses dentro de su propio cuerpo, es el anticristo.
No existe sustancia alucinógena, ni estado de transe que pueda hacerme entender qué pensaba esa mujer. No existe razón, excusa ni nada que nos haga entender. ¡Esa mujer no tiene perdón de Dios! A no ser que le hayan sacado el cerebro, el corazón y el alma no puedo llegar a entender la actitud.
Solo las que somos madres, las que hemos sentido, vivido y vibrado con el primer llanto de una guagua podemos describir y conocer el amor de madre, la preocupación eterna y el cariño sin excusas, el amor a toda prueba, la sensación de poder entregar la vida para sacar de la de ellos el más mínimo dolor o frustración, la convicción más profunda de que entregaríamos hasta nuestro corazón a cambio de un minuto más de vida de nuestros hijos, la entrega… tantas, tantas cosas.
Solo las que somos madres podemos sentir el horror que produce cada detalle de esta historia. No podemos entender como una persona que ha sentido el amor de madre, que lo vivió 9 meses, que abrasó, besó, olió y alimentó a su hijo durante un par de días sea capaz de realizar este horroroso “sacrificio”. El amor de madre nace desde el momento en que ves el positivo en un papel o un test… no nace solo cuando escuchas a tu hijo llorar… Según dicen los expertos, perder a un hijo es el mayor sufrimiento al que podemos enfrentarnos ¡Cómo será el por tu propios medios dejarlo morir lentamente en el fuego! Madre se es desde el primer momento y el amor de madre es lejos el más potente y visceral que podemos llegar a sentir. Es tan visceral que no puedo llegar a entender como esa mujer no se murió en el mismo instante en que vio sufrir a su hijo de tan brutal forma, como no se abalanzó al fuego y saco de a una cada brasa para salvar a su propio hijo. ¡No entiendo cómo esa mujer puede seguir viva!