Cuando nos damos un beso, ocurren mucho más cosas que una interacción física. Nos puede indicar muchas sensaciones y ayudar incluso, en algunos procesos de salud mental.
Las investigaciones al respecto son muchas, e incluso se ha llegado a determinar un nombre especial para el estudio de los besos: Filematología (Filema, que en griego clásico significa beso) y casi todas tienen en común, que un beso es muchísimo más que la simple unión de labios con otra persona. Cada vez que damos un beso, ocurren cambios cerebrales y físicos, nos ayuda a combatir el estrés, nos ayudan a ser más felices y son determinantes en una relación.
El beso tiene una diferencia importante con el sexo: con un beso uno no puede mentir. La boca y los labios tienen transmisores que van conectados con el cerebro y a través de él se transmiten emociones profundas. Además, estas conexiones son las que permiten que nos acordemos de un buen beso a uno que no nos gustó.
Otro agente que ha sido estudiado, es que al momento de besar, se disminuye la producción de cortisol, que es la hormona secretada cuando estamos sometidos bajo situaciones de estrés. Además, en un beso se secretan feromonas, el ritmo cardiaco se acelera, las mejillas se sonrojan, aumenta la respiración y se dilatan las pupilas, razón por la cual, cerramos los ojos.
Además, cuando besamos el cerebro aumenta la producción de dopamina, hormona asociada al deseo, pero también la de serotonina, que va asociada a los sentimientos que puedes sentir por otra persona. Y la más importante es la oxitócina, que es conocida como la “hormona del amor” que da la sensación de confianza, pero que además reduce el miedo y provoca el deseo sexual.
El beso puede ser determinante al momento de ver el potencial de una relación. Así que, cuando existe química y atracción entre dos personas, un buen beso surge sólo.