Todas vivimos en la encrucijada del quiero y el debo: quiero seguir durmiendo, debo levantarme a dejar a los niños al colegio; quiero comerme una hamburguesa, debo comer lechuga; quiero dormir con mi guagua acostada en mi cama, debo enseñarle a dormir sola… Y la lista es eterna, podría estar la vida entera enumerando la cantidad de cosas que queremos, pero reemplazamos por el debo.
Es que vivimos en un mundo en donde prima lo urgente y no lo importante. Lo urgente es llevar a los niños al colegio, hacer dieta, que la guagua duerma en su cuna. Eso es lo que la sociedad dice que está bien, lo que debemos hacer para cumplir un objetivo y a fin de cuenta ser feliz para el sistema. Pero alguna vez te has preguntado ¿Qué es lo realmente importante para mi? ¿Qué es lo que me hace feliz? ¿Qué parte del día la dedico a hacer lo que quiero hacer, lo que me llena el alma, lo que me hace feliz?
Debo confesar que esta es una de las reflexiones que logran hacerme perder en mis pensamientos. Amo a mis hijos, y cada vez los veo menos, amo a mi esposo y cada vez tiene que trabajar más horas al día para “darnos todo” lo que necesitamos. Y entonces, ¿qué minuto tengo para disfrutar de lo realmente importante? ¿Qué minuto del día tengo para sentarme a mirarlos crecer, para tener una conversación profunda, para reír con el solo hecho de estar juntos? Y entonces, si no tengo el tiempo para estar con ellos, para disfrutar a lo más maravilloso que tenemos: nuestra familia, ¿qué es aquel “todo” que la sociedad nos ha convencido que es importante? ¿Qué es aquel “todo” que seguimos juntando en nuestras casas, en el clóset, en el estacionamiento, en la despensa? ¿Es este “todo” el que nos hace felices?
No crean que soy hippie ni nada por el estilo, en mi clóset deben haber unos 30 pares de zapatos, unos 40 de pantalones, 15 carteras y miles de poleras, y me encanta que estén ahí. Pero todos los domingos, sin falta, me acuesto con la sensación de que es necesario hacer un cambio y comenzar a vivir la vida considerando como urgente e importante a la felicidad, este debiera ser el centro de nuestra vida, el objetivo, el camino y el final.
Pero ¿Cómo hacemos coincidir aquella felicidad con el mundo actual? Creo que hay dos formas: escapando a vivir en una isla, cosechar tomates y lechuga y volver al origen o transformar mi rutina en un camino hacia la felicidad… creo que voy por la segunda opción.
Ok! No puedo estar todo el día con mis hijos porque ellos deben aprender, pero sí puedo estar realmente al lado de ellos en las tardes y el fin de semana. No puedo estar junto a mi pareja 24/7 pero si puedo estar con él un par de horas al día y usarlas para conversar con el corazón, para mirarnos a los ojos y para acariciarnos. No puedo sentarme todos los días a observar crecer a mis hijos, pero sí puedo mirarlos todas las noches cuando se acuestan en su cama y guardar todas esas imágenes en el disco duro de mi cabeza.
Muchas veces nos “quedamos pegadas” imaginando un mundo mejor, con menos preocupaciones, más comodidades, menos responsabilidades y más tiempo. Pero son pocas las veces en las que nos sentamos a observar lo que realmente tenemos, las posibilidades que nos da la vida de ser felices y disfrutar de lo maravilloso de un día soleado, de la calidez de un abrazo o de la pasión de un beso. De la increíble oportunidad que se nos regala cada día al despertar acompañadas, de los espectacular de poder ver, oír, tocar, sentir, oler a nuestros hijos crecer.
A fin de cuenta, la felicidad la encontramos en lo más profundo de nuestros corazones, lo importante es que cada una de nosotras haga el trabajo profundo, intenso, consciente y real de encontrar qué es lo que realmente nos hace feliz… porque a fin de cuenta, si lo hacemos tan consiente, presente y concreto es posible decir: quiero y debo ser feliz.