Estoy preocupada. Principalmente porque el mundo se está volviendo loco y nuestros pequeños se tienen que parar en este lugar y enfrentarse al monstruo solo.
Los últimos acontecimientos me hacen perder la fe en la gente ¿Cómo es posible que una madre mate a su hijo? Es peor aún ¿qué lo vea sufrir quemándose y no sienta remordimiento? La verdad es que me pone los pelos de punta y la cabeza a mil pensando en el porqué de tal acto de inhumanidad.
Un atentado terrorista por diferencias ideológicas también está fuera del alcance de mi razonamiento. Luchemos por nuestros ideales, pero hagámoslo desde la perspectiva de la razón y no de la emoción.
Matar a alguien por su condición sexual es una muestra de también que estamos frente a un mundo poco tolerante, que no siente respeto por nada y que poco le importa.
Pedófilos y pederastas escondidos hasta donde estábamos seguros que era el mejor lugar para ellos.
Estos pueden ser sólo algunos ejemplos de lo que pasa y a los cuales nuestros hijos se ven enfrentados diariamente. Ya sea por los medios de comunicación, que ya siento que su labor dejó de ser el informar, para pasar a ser una prensa amarillista que sólo busca noticias rojas para basar sus noticiarios. Basta con prender un canal a la hora que sea, para que sus contenidos vayan entre asesinatos, violaciones, incendios intencionales y miles de otras cosas negativas. O simplemente, porque mientras más grandes sean, más acceso tendrán y más conversaciones entre sus pares y adultos tendrán.
Nuestra misión hoy no es mostrarles un mundo color de rosas. Es enseñarles a enfrentar todo lo que hay afuera para que estén preparados. Es tener conversaciones sinceras con ellos para que sepan de parte de nosotros como pararse ante distintas situaciones.
No subestimemos a nuestros niños. Ellos son más inteligentes de lo que creemos y se ven enfrentados a un bombardeo de información constante. Seamos claros y enseñémosles que lo más importante es que confíen en nosotros. Que nos cuenten sus problemas y que sientan que los escuchamos.
Escuchar es prestar atención. Entender que lo que ellos nos hablan es realmente importante. Y también es una manera de estar alerta a las señales que nos puedan dar. Digámosle que no está bien que un profe quiera estudiar sólo con él o ella. Pero expliquemos el porqué.
Una vez fui a una charla sobre el abuso en niños del jardín de mi hija donde nos pedían encarecidamente no fomentar los secretos. Ni míos con mi hija ni de ella con su papá ni con nadie. ¿Por qué? Sencillo, los abusos y las cosas que no son buenas se dan y se fortalecen en torno al secreto. No tengamos secretos, si hay algo que no contar, digamos que es una sorpresa, porque las sorpresas finalmente se cuentan y se cierra el ciclo.
También es fundamental que no les digamos constantemente que todas las personas desconocidas son malas. Porque no es así. No creemos hijos paranoicos. Si se pierden en un mall, es mejor que sepan a quien aferrarse. Una familia, un guardia u otro niño pueden ser una vía importante para encontrarlos. Debemos enseñarles a desconfiar de situaciones extrañas, de secretos que sea castigo contarlo, de algo que no sea habitual, de cualquier cosa que los haga sentir incómodos.
Espero sinceramente poder hacer una buena tarea con mis niños. Poder darles las herramientas para pararse frente al mundo con seguridad. Que se sientan fuertes desde su casa. Que sean capaces de contarme todo.
La invitación que les hago hoy es a conversar con sus niños. Escucharlos y orientarlos. Mostrarles el mundo y entregarles herramientas para que se paren en él de la mejor manera posible.