El otro día leí un artículo que hablaba sobre lo bien que le hacen los brazos y los paseos a nuestros hijos recién nacidos. No sólo por un tema de apego y regaloneo, sino que también por algo fisiológico, donde ellos con el movimiento se sienten más tranquilos.
No hay nada mejor que disfrutar a concho cada momento con nuestros hijos. La vida pasa tan rápido que no nos damos ni cuenta cuando ya están más grandes y no se sienten tan cómodos con besos y abrazos. Luego, ya es algo que se convierte en esporádico porque ya son grandes y cada uno vive su propia vida.
Los besos y los cariños son expresiones de amor profundo. Mucho nos hablan y nos dicen que no debemos malcriar a nuestros hijos, que debemos acostumbrarlos desde pequeños a estar solos o que duerman en sus propias piezas. Son tan pequeños y ya los tenemos llenos de normas.
Me acuerdo que cuando nació mi primera hija leí todo lo que me pusieron en frente. De todo pude sacar algo en limpio, pero hay un libro que me dejo “marcando ocupado” y estoy segura que más de alguna lo ha leído o por lo menos escuchado.
Se llama “Duérmete Niño” un libro que da una técnica específica de cómo hacer que los niños duerman en su propia pieza y de corrido toda la noche. Sonaba fantástico, ya que después de todo lo que una escucha por ahí y por allá, que te dieran la receta perfecta para lograr el sueño perfecto, se convertía en un deseo hecho realidad.
Creo que con suerte leí hasta que llegué a la parte en que decía que había que dejarla llorar en su pieza para que se fuera acostumbrando. ¿Qué es eso? Me sentí pésima mamá de solo pensar que podía llegar a ocupar esa técnica.
Dejé de lado ese libro, y decidí seguir mi instinto. Me ha costado un montón, incluso hasta el día de hoy, me despierto dos o tres veces por noche porque me llama. Pero lo hago con amor.
El amor es el combustible más fuerte de la vida. El cariño y los besos son la energía vital para llenar a nuestros hijos de amor y felicidad.
No perdamos el tiempo en cosas que nos dicen los otros. No sigamos paso a paso todas las recetas perfectas que leemos por ahí. Nuestros hijos son únicos y cada uno tiene necesidades especiales que debemos cubrir.
En este punto, quiero detenerme y decirles que debemos volver a observar. Sí, algo que en este mundo de hiperconexión y de tantas cosas que tenemos que hacer, perdemos por no tener el tiempo, ni los momentos ni los espacios para hacerlo.
Observemos a nuestros hijos. Cuando juegan, cuando ríen, cuando lloran, cuando interactúan con otros niños, en fin, en cada momento que podamos hacerlo. Ellos nos transmiten un montón de cosas que como papás debemos descubrir y descifrar.
En el juego pueden aparecer sus miedos y temores, también sus alegrías, su forma de pasarlo bien. Dejemos que ellos nos vayan guiando. Si quieren dormir todas las noches con nosotros ¿será por algo? Preguntémonos eso antes de recurrir a recetas o cosas que nos hagan sentir mal a nosotras o a ellos.
Cada gesto, cada palabra y cada acto es una forma de comunicación de nuestros pequeños. Observémoslos y tratemos de entenderlos. Y no olvidemos que cada uno de nuestros niños, es diferente al otro.
Mi invitación hoy es a besarlos, abrazarlos, contenerlos, estar con ellos cada vez que podamos, de hacer con ellos lo que les gusta. Verán en sus ojitos una felicidad inmensa y una seguridad gratificante. Reafirmémoslos en sus seguridades y ayudemos a que se vayan sus miedos.
El amor por un hijo es el sentimiento más profundo que se puede sentir. No dejemos de disfrutar ningún momento con ellos. Cuando sean grandes, lo van a agradecer y lo más probable es que ellos hagan lo mismo con sus hijos.